del Hijo por la palabra del Padre coeterno, para que llegara a ser «el unigénito Hijo de Dios»? ¿Qué buena palabra u obra precedió en este glorioso caso? ¿Qué buena cosa ejecutó «EL HOMBRE»? ¿Qué acto de fe realizó? ¿Qué oración ofreció para ser exaltado a tal preeminente dignidad? Ante esto, quizá, algún ser profano e insolente pudiera inclinarse a decir, «¿Por qué no fui yo el predestinado para esta excelente grandeza?» Pudiéramos responder con la solemne reprensión del apóstol, «oh hombre, ¿quién
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